Juan Antonio está preocupado. A sus cincuentaypocos, este será su último verano en la cantera. Le acaban de informar de que, dentro de poco, la cantera en la que lleva trabajando desde el mundial de Naranjito cierra. Por aquel entonces, en los 80, un grupo de jóvenes investigadores reunía de vez en cuando a unos incrédulos pero expectantes lugareños para explicarles la relevancia del descubrimiento que se acababa de hacer en la sierra de Atapuerca a pocos kilómetros de donde se lo estaban contando.
El caso es que Juanan, como le conocen todos en la empresa y en el pueblo, espera que después de tanto tiempo le recoloquen, porque a su edad quedarse sin empleo supone una larga travesía en el desierto en la que no muchos encuentran el oasis del reconocimiento a su experiencia. Sea como fuere, la actividad industrial es incompatible con la de maniobras militares que pueden empezar a tener lugar a partir de ahora. Además, los trabajos de arqueología que ya se desarrollan un poco más abajo de donde él trabaja con su máquina, en la Trinchera del Ferrocarril, parecen encaminados a excavar tarde o temprano junto al enorme agujero que él ha colaborado a abrir en la cantera.

Si hay algo que le reconforta es el ver cómo su hija, animada por las anécdotas que su padre contaba al llegar a casa desde que era una niña, decidió estudiar una carrera que ha tenido como objetivo no alejarse del nido parental pudiendo disfrutar a la vez de su gran pasión por los animales… fosilizados. Juanan y Marisa fueron padres jóvenes. En aquella época era lo que tocaba. Noviazgo, matrimonio y paternidad podrían asimilarse como una secuencia estratigráfica social que aquella sociedad marcaba. Marta ya es paleoantropóloga y sus conocimientos le han servido para dejar por fin su trabajo a media jornada en un súper y entrar a formar parte de la «tribu de Atapuerca”, como se autodenomina el grupo de profesionales que hacen de guías en la Fundación Atapuerca. Ella es una de esas personas capaz de traducir el lenguaje técnico a veces tan complejo para el ciudadano medio, a unos términos fácilmente entendibles. Así engancha a esos cuyo interés no suele ir más allá de asombrarse con las inconcebibles medidas de tiempo de los hallazgos que, campaña tras campaña, ayudan a entender mejor nuestros orígenes.
Hoy, cuarenta años después de Naranjito, Marta es la primera en bajarse de un autobús que acaba de llegar al parking de los yacimientos desde el CAYAC para explicarles de forma somera y amena lo que verán más en detalle a continuación. Los turistas se colocan formando un semicírculo en torno a ella. Yo veo la escena desde el punto de encuentro para los periodistas, con José Mª Bermúdez de Castro como anfitrión y el equipo de comunicación de la Fundación ultimando nuestra visita. Un día más en la oficina de la Trinchera del Ferrocarril. Saludos, confirmaciones, cascos y para adentro.
Después de haber pasado por la sima del Elefante, la Galería y la Gran Dolina, es hora de salirnos del trazado establecido para las visitas standard —como las de Marta y su grupo— y subir a Cueva Fantasma, el lugar donde Juanan pasó meses desmenuzando caliza. Isabel Ortega nos recibe en calidad de responsable del yacimiento, remarcándonos que comparte ese honor con Esteban Verdú y Marcos Terradillos. Entre los años 2016 y 2017 se descubre la potencialidad del emplazamiento, pero no es hasta 2018 que se empieza a excavar. El sitio es enorme, “unos 50×40 metros” nos dice Isabel. En primer lugar se hace una intervención para sondear la ocupación durante los diferentes periodos, y en segundo se realiza una excavación en extensión. Básicamente se busca respuesta a la pregunta «¿cómo se ha usado el mismo lugar en las diferentes épocas?” Cueva Fantasma tiene registros del Pleistoceno superior, el llamado “mundo Neanderthal”, con industria lítica de hace unos 60-80 mil años.
El ritmo de excavación en un yacimiento tan grande requiere el esfuerzo de un montón de investigadores. La pandemia abortó cualquier tipo de actividad durante el inolvidable año 2020, pero en el 2021 se pudo retomar poco a poco, continuando con la secuenciación de los estratos de Cueva Fantasma. Este año 2022 se está realizando una excavación en extensión en todo lo no-intervenido. Han aparecido restos de caballo y demás macrofauna típica, y también mucha herramientas, un hecho que confirma la talla in situ de las piezas o el que lo hicieran en zonas muy cercanas. Isabel nos cuenta que sí que ha quedado confirmado que hay vestigios de actividad antrópica en todos los sectores del yacimiento, pero también que esas evidencias no son lo suficientemente sólidas como para afirmar que Cueva Fantasma fuera un campamento. «Ni siquiera ha aparecido un hogar», dice, aunque sí que hay restos quemados del Paleolítico superior (en el nivel 28, que es la zona más alta).
De la actividad de cantería que Juan Antonio desarrolló durante tanto tiempo quedan los sedimentos removidos que dejaron a la luz huesos grandes entre otra gran acumulación de restos más pequeños —pero igual de importantes—. Es más, nuestra anfitriona en Cueva Fantasma nos comenta que en la zona más al norte del yacimiento aún hoy están retirándose las marcas de las excavadoras en las arcillas.
Podría decirse que este verano se ha retornado a la normalidad para que trabajen 20 personas en una superficie que es enorme si la comparamos con los habituales 15-30 m2 de otros yacimientos de la sierra. Precisamente, sobre la relación en niveles topográficos de Cueva Fantasma es reseñable que su “entrada” coincida en cota con el yacimiento de la galería de las Estatuas Exterior, y que la Sala Fantasma esté situada al nivel de Estatuas Interior.




Con un paseo a pie de obra por las pasarelas del lugar para sacar las pertinentes fotos que acompañan este texto finaliza la jornada en la que los protagonistas explican a los medios de comunicación los trabajos que se llevan a cabo en cada uno de los diferentes e ilusionares yacimientos de la sierra de Atapuerca. Una ventana por la que asomarse a nuestros ancestros, sin más fantasmas del pasado que todos los restos que un día quedaron atrapados entre toneladas de sedimentos que hoy, millones de años después se van descubriendo con una precisión quirúrgica.
[N. del A.: Juanan, Marisa y su hija Marta, así como el relato inicial son ficticios]
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