Gran Dolina, una foto del Pleistoceno

Es un desapacible día cualquiera de invierno en el Pleistoceno inferior. Las nubes encapotan la sierra de Atapuerca, con la niebla más baja de lo normal y el frío humedeciendo las cortezas de los árboles a lo largo y ancho de ella. Las condiciones medioambientales no dan tregua en esta época y toda la planicie entre el río Pico y el Arlanzón está cubierta de blanco. Algunas manadas pululan como hormigas negras en el océano blanco, estoicas e imperturbables mientras sobrellevan la inclemencia. Entre tanto, otros de los habitantes buscan cobijo que les resguarde de esa ventisca horizontal. Uno de ellos no hará ni una cosa ni la otra.

[Fuente: https://www.guiasturisticosburgos.com/sierra-de-atapuerca.html]

Sus días de esplendor hace ya algún tiempo que pasaron. Es mayor, y quizás esa sea la razón por la que el breve momento que se ha desorientado haya sido suficiente para no volver a encontrar el camino por el que se despistó. Engañado por la orografía del terreno piensa que es por ahí; todo le parece igual. La niebla y los nervios hacen el resto. Y cae, irremediablemente, como si su vida mereciera terminar de manera tan injusta. Una caída torpe, limitada de movimientos, durante la que todo le da vueltas. Cuando todo se detiene, pasa unos segundos aturdido hasta poder erguirse sobre sus, hasta hace no mucho, poderosas cuatro patas. Nota un fuerte dolor en la pata trasera izquierda, que ha sido la que ha aguantado todo el peso de la caída contra el suelo. La enorme dolina cubierta de vegetación le ha jugado una mala pasada. Su situación ahora es complicada, fatídica. No tiene agua, ni comida, ni posibilidad de salir de donde ha entrado. Quería resguardarse del temporal, pero no así. Sin nada más que hacer, olisquea otros restos que hay ahí dentro, pero es herbívoro, por lo que ni siquiera carroña puede echarse a la boca. Se nota estresado, sin saber que no le servirá de nada, más allá de cansar a sus más de mil kilos a mayor velocidad de lo que sería habitual… y sin mejorar en absoluto el maltrecho cuarto trasero.

Han pasado varios días en la cueva, apenas entra luz del exterior por lo que sus pupilas ya no distinguen el día de la noche. Lleva tiempo sabiendo que será el final. Igual de dolorido que resignado, acepta su suerte con la mayor de las dignidades, y debilitado por la sed y el hambre solo puede doblar sus patas delanteras, ladear las traseras para acomodarse sobre su panza y apoyar en el suelo la boca con la cabeza, eso sí, erguida. Así se va apagando, con respiraciones, suspiros a veces, cada vez más tenues tirando de él como si fueran una cuerda acercándole a cada momento hacia el sueño eterno. Durante los siguientes cientos de miles de años los agentes geológicos externos enterrarán dignamente los restos de nuestro protagonista. El resultado es una fotografía de lo que ocurrió. Al igual que le pasó a él, otros grandes representantes de la macrofauna en sus momentos históricos caerían por esa misma dolina, corriendo la misma suerte que él.

Es un Stephanorhinus etruscus. Una especie extinta que, como los rinocerontes modernos, tenía dos cuernos frontales y que sobrevivió hasta el Pleistoceno. Su parecido fisiológico comparado con las especies actuales sería el rinoceronte de Sumatra. Como rasgo diferenciador, sí que es cierto que nuestro protagonista tenía pelo en invierno al poblar terrenos a mayor altitud, y extremidades adaptadas a los enormes pastizales de la Europa y el Oriente Próximo del Pleistoceno, más finas aunque muy robustas.

Tendrán que pasar 900.000 años hasta que grupo de científicos los saque de nuevo a la luz, dándoles la importancia que merecen para entender el entorno de la sierra en aquel momento. El lugar en cuestión recibió el nombre acrónimo TD4 (T, de Trinchera. D, de Dolina. Y 4 por el nivel del estrato en el que se está excavando. Un yacimiento del Pleistoceno inferior de primer orden mundial en el que, afortunadamente, el impacto de los humanos apenas se reduce (de momento) a algunas herramientas encontradas que confirman la presencia, pero no se han encontrado signos de antropización en los animales como puede comprobarse en otros emplazamientos. Gracias a ello, los restos de fauna que están apareciendo en Gran Dolina son muy completos. Toda esta información nos la cuenta a un metro escaso del hallazgo estrella en lo que va de campaña nada más y nada menos que María Martinón Torres, responsable del yacimiento y directora del CENIEH. Hace 30 años se encontró el cráneo de nuestro protagonista (hoy expuesto en el Museo de Evolución Humana), el año pasado se descubrió la mandíbula inferior que encajaba con ese cráneo, y este año han aparecido las vértebras en el lugar donde “debían estar”, al igual que una de las articulaciones delanteras que nuestro Stephie —perdón por la licencia— tal y como se quedó viendo llegar la muerte. ¿No es maravilloso? Casi un millón de años después sus restos vuelven a ver la luz. Es entonces cuando es fundamental el trabajo del equipo de conservadores y restauradores para que los fósiles no se deterioren debido a la brusquedad del cambio en sus condiciones después de tanto tiempo sin estar en contacto con el aire.

María Martinón-Torres señalando la articulación del rinoceronte bajo las vértebras cubiertas de geotextil.

Si algo les está gustando contar a los responsables de los diferentes yacimientos este año 2022 es la respuesta a la pregunta “¿cuánta gente estáis excavando esta campaña?”. Lo cierto es que se ha recuperado e incluso sobrepasado el ritmo pre-pandémico (aunque sigamos en pandemia). En la Gran Dolina se está ya de nuevo a pleno rendimiento, con una superficie excavada de unos 10-15m2 y un equipo de 12 investigadores, cada uno encargado de una zona dentro del mismo. Lo irregular del terreno hace no tener la certeza de la profundidad que queda por trabajar desde TD4 hasta encontrar ese suelo donde ya no haya sedimento, pero en algunos puntos podríamos estar hablando de unos dos metros. Sin duda, años de trabajo aún en Gran Dolina para completar poco a poco el puzzle de la macrofauna que poblaba Atapuerca en esas horquillas temporales tan lejanas en el tiempo.

Investigadores trabajando en el yacimiento del Pleistoceno inferior
Vista cenital del nivel TD4 de Gran Dolina.

[Off-topic: la etimología de la palabra “rinoceronte” parece ir saltando de zona en zona por toda la antigua Europa, desde Grecia al resto del continente. Lo conté en este hilo de Twitter.]

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