El país del sol naciente. Japón. Una historia repleta de épica, de pundonor, de defensa propia, de honor. Y también de mitología, como no podía ser de otra manera. Entre sus miles de islas conviven los recuerdos a emperadores, a guerreros samurais, a geishas de épocas pasadas… y a dragones. Cuenta la leyenda que el bajo el inmenso océano existe un palacio de corales rojos y blancos, otros dicen que es de cristal: Ryūgū-jō. En él habitan Ryujin (dios de las profundidades con forma de dragón) y sus sirvientes, habitualmente representados como tortugas, medusas y peces. En su interior, cada día transcurrido cuenta como un siglo fuera de él y desde ahí, el dragón usa a Kanju y Tanju, unas gemas mágicas, para embravecer o amainar la fuerza de las olas del mar... ¿Pero qué tiene que ver la Hayabusa 2 con todo esto?
En este blog muchas veces he comentado que es curioso (y de agradecer) cómo las diferentes agencias espaciales acercan la ciencia a la mitología para tratar de despertar algo de curiosidad entre el público a priori no interesado, hablándoles con nombres de deidades o lugares que una gran parte de la sociedad conoce. Estamos quizá más acostumbrados al Antiguo Egipto, o las clásicas Grecia y Roma en las nomenclaturas de las diferentes misiones espaciales, pero ya veis que los japoneses también optaron por retrotraerse a sus mitos a la hora de desarrollar una misión como la Hayabusa 2 en la que llegar hasta el dragón y “robarle” algunas piedras, como si se tratase de las mágicas Kanju y Tanju.
Hace unos meses, la NASA nos mostró todos los detalles de la misión OSIRIS-REx con la que la sonda lanzada en 2016 llegaba al asteroide Bennu para recoger una muestra de polvo de su superficie en una maniobra TAG (Touch-And-Go) de película de ciencia-ficción para después salir de su órbita y retornar a la Tierra las muestras en una cápsula allá por el año 2023 (hablé de ella en esta entrada). Es probable que lo vieras en los telediarios. Pues bien, este diciembre está siendo espacialmente (con “a”) intenso. Al lanzamiento de la Dragon de carga con abastecimiento para los astronautas de la ISS, hay que añadir el aterrizaje del rover chino Chang´e 5 con su recogida de muestras de regolito y ascenso a la órbita con ellas para enviarlas de vuelta a la Tierra, y la prueba de aterrizaje de la Starship SN8 después de haber subido a 12,5 km de altura. Todo ello aparte de los típicos despegues de lanzamiento de satélites que ya son algo más habitual que otra cosa.
Hoy vengo a hablar de la llegada a la Tierra de la cápsula con las muestras del asteroide Ryugu. La recogida de polvo y piedras de la superficie y el subsuelo del asteroide es algo que podemos cometer el error de estar normalizando, cuando en realidad es verdaderamente complicado. Lo primero por las distancias a las que se están enviando sondas sobre cuerpos celestes en movimiento. Es la magia de la mecánica orbital. Ryugu está a unos 180 millones de kilómetros de aquí, y se mandó a la Hayabusa 2 a orbitarlo, acercarse y tocarlo para remover y agujerear su superficie de modo que pudiera recopilar partes de él… pero es que en 2015, por ejemplo, la sonda New Horizons sobrevoló Plutón a 12.000 km. de su superficie después de un viaje de 6.500 millones de kilómetros, algo parecido a lanzar una mota de polvo desde el Caribe y conseguir que sobrevuele Madrid a la altura de crucero de un avión de pasajeros.
El caso es que la JAXA (Agencia Espacial Japonesa) ha conseguido realizar ese milagro de las matemáticas y el pasado sábado la Agencia Espacial Australiana confirmaba la entrada de Hayabusa 2 en su cielo austral, después de más de 5 millones de kilómetros recorridos, mientras que la JAXA hacía lo propio confirmando la liberación de la cápsula que portaba los restos de Ryugu. Solo había que ver dónde había caído, para lo que la antena de baliza de la cápsula emitió señales para las cinco estaciones repetidoras que fueron fundamentales. Así, en unas horas, un equipo de rescate se trasladó hasta Woomera, el lugar del aterrizaje, para recogerla.
Ahora solamente queda ver qué son capaces de desentrañar los científicos con esas muestras que la sonda recogió a millones de kilómetros de distancia sobre los orígenes de nuestro Sistema Solar. Es para enamorarse de la ciencia, ¿no creeis? Ya lo digo yo: sí.