Ya es primavera en Atapuerca

En esta entrada sobre la excursión al Museo de la Evolución Humana (MEH) que hice en enero con dos amigos, expliqué que consideramos que era una temeridad visitar la Trinchera del Ferrocarril en la que están los yacimientos paleoantropoarqueólogicos que tanta notoriedad han dado a un pueblecito a los pies de la Sierra de Atapuerca. Un pueblo pequeño que, dicho sea de paso, además de las inclemencias del tiempo ha sufrido las del cubismo arquitectónico, máximo exponente de la reciente época dorada inmobiliariamente hablando. Pudiera ser que ese prisma rectangular negro en medio de la nada sirva para que sea localizado más fácilmente. No lo tengo claro del todo, la verdad. Pragmáticamente hablando: sí, ayuda.
Entradas para el CAREX y yacimientos de Atapuerca
Como decía, tras reservar un día para Burgos y su MEH en enero, desechamos la opción de visitar los yacimientos, pensando en que el clima podía jugarnos una mala pasada. Por eso, exclusivamente, emplazamos la excursión a Atapuerca para algún momento de la primavera en el que los cuatro interesados pudiéramos cuadrar. Intentamos quedar también con Quique (de Principia Magazine) por estar a mitad de camino entre su casa y la nuestra, pero finalmente no pudo ser. Así las cosas, marcamos en el calendario el sábado 25 de marzo. La vida a veces no discurre por los derroteros que uno desea, y esta fue una de esas ocasiones. El grupo de WhatsApp para la ocasión «Atapuercos», pronto dejaba ver que así sería. Un pantallazo del oráculo eltiempo.es activaba las alarmas. «Chavales, abrigaos el sábado». El peor fin de semana desde 2016 sería el nuestro. Qué cojones, somos chicarrones del norte. No hay miedo.
Salimos del pueblo a las 7:55h con lluvia, y sin excesivo frío. El objetivo era estar en el Centro de Acceso a los Yacimientos (CAYAC) de Ibeas de Juarros a las 9:45h. Agradezco desde aquí a Vredestein la patente de los neumáticos de invierno, porque de no ser por ellos probablemente hoy no podría escribir este post. Así, como suena. La nevada que nos pilló a mitad de camino no impidió que la velocidad no bajase de los 80 km/h. Aparcamos en Ibeas a las 9:47h… prueba superada. Un edificio moderno, con una suerte de millario nos indica que estábamos en el lugar correcto. On time. Confirmamos que nos esperan, y subimos al autobús que nos llevará a la Trinchera del Ferrocarril. La sierra de Atapuerca, por cierto, no es más que dos lomas elevadas apenas 80 m. sobre la superficie del propio CAYAC.
Unos minutos de autobús para ubicarnos, micrónono en mano, de la mano de nuestro guía David. Entramos en la trinchera y lo primero que hace es darnos una redecilla para la cabeza sobre la que nos pondremos el casco. Toda precaución es poca. Como él dijo: «El casco es obligatorio, la redecilla no… pero teníais que haber visto a los que vinieron ayer». Fue una de sus muchas perlas. Siempre digo que la mitad -o más- de la visita a un lugar turístico depende del guía con el que toque. Indudablemente, David sabe lo que hace y tiene el culo pelao de explicar, o, mejor dicho, lidiar con alumnos hormonalmente agilipollados que le llegan de todo lo largo y ancho de la geografía española. Para él, un grupo de adultos con media docena de críos es un rebaño de ovejas con el que pasárselo pipa. Y hacérselo pasar a ellos. Lo comido por lo servido.
La Trinchera del Ferrocarril tiene tres paradas. Durante principios del siglo XX, unas voladuras en la piedra caliza dejaron al descubierto ese tesoro paleoantropoarqueológico. Conviene recordar que mucha gente piensa que los yacimientos están continuamente siendo excavados, pero la realidad es bien distinta. Más aún en Atapuerca. Estamos hablando de decenas de miles de restos ya extraídos, y quién sabe cuantos por extraer. Por esa inusual particularidad, los científicos tan sólo excavan durante un mes y pico al año, y se pasan el resto del año en el laboratorio analizando lo encontrado. Muestras, informes, hipótesis, confirmaciones… nada que ver con Indiana Jones y su camisa resudada corriendo delante de una bola de piedra gigante. A día de hoy, casi 300 personas al año entre becas, doctorandos y científicos con experiencia dedican su esfuerzo a buscar restos que sigan asombrando al mundo, literalmente hablando. Como buena trinchera, espero que no tengáis la suerte de que nieve y haga viento y frío. Aprendimos un montón, pero de 365 días que tiene el año, digamos que a lo mejor podíamos haber disfrutado más. No me extenderé en la explicación de David en cada una de las tres «estaciones» para que lo descubráis por vosotros mismos si tenéis la oportunidad de visitarlo.
La primera de ellas es la Sima del Elefante, donde se ven perfectamente los estratos y la estructura de «queso Gruyere» del terreno. El tiempo se mide en cientos de miles de años, y se han encontrado especies de todo tipo. Desde el elefante que le da su nombre hasta restos de ave, oso, cabra e incluso restos de homínido. A día de hoy se han encontrado una falange y una mandíbula de un tipo de Homo, aún por identificar. En diferentes estratos se han encontrado herramientas de Modo 1 -en los niveles más bajos- y de Modo 3 -en los más superficiales-. Está confirmado geológicamente que hay tierra de hasta 1,2 millones de años, y que que la macro y microfauna desenterrada en la sima es de hace unos 250.000 – 350.000 años. En este punto teníamos todo más o menos enfocado, y lo cierto es que el frío no era el mayor de nuestros problemas. O sí.
En la segunda parada, la Galería, nos explica qué diferencias hay entre algunas de las diferentes herramientas encontradas ahí (Modo 2, es decir, más elaboradas que las de sus antecesores), y también que es el lugar donde aparecieron los restos de Homo Heidelbergensis, así como de multitud de fauna. Esa gran cantidad de restos animales hace pensar que sería una trampa natural; una de las razones para pensar eso es que los «jamones» de los animales grandes encontrados no estaban allí junto al resto de huesos, sino en la Gran Dolina -a escasos 50 metros-. Comprende desde los 180.000 hasta los 500.000 años. Los datos se grababan en nuestras cabezas a pesar de que empezaban a caer los primeros copos de aquel día…
En la última parada, la Gran Dolina, nos explica cómo consiguieron datar los restos a partir del estrato donde está reflejada la inversión magnética Bruhnes-Matuyama. Esto es, cuando la polaridad de la Tierra cambió por última vez, hace ahora unos 780.000 años. Interesante historia sobre cómo se demostró que así fue… e inquietante lo que pasaría si hoy tuviera lugar una reversión como aquella. Se han desenterrado elementos de diversísimos animales herbívoros y carnívoros, aunque de momento no ha aparecido ningún homínido, las herramientas encontradas son también de los Modos 1 y 3, y la antigüedad data entre 500.000 y 300.000 años. La ubicación de esta zona en la trinchera nos hizo sufrir los soplidos de Eolo, aunque aguantamos estoicamente gracias a los chistes con los que David interactúa con los visitantes.
Terminada la hora y media en la Trinchera del Ferrocarril, nos dirigimos en autobús al punto de partida, y desde donde nos indicaron cómo llegar hasta el Centro ARqueológico EXperimental (CAREX) situado a varios kilómetros de allí. Un cubo negro visible desde el cruce de la general. En su interior nos encontramos un recorrido sobre las «cabañas», la dieta, los primeros instrumentos… En ese punto empezaba otra hora y media de tempestad física amainada con claroscuros de conocimiento. La explanada al lado del edificio contiene una serie de localizaciones en las que se explica la prehistoria y nuestra evolución dentro de ella. Cómo se hace un bifaz, unas pintadas prehistóricas, rituales funerarios, lanzamiento de lanzas y flechas, agricultura y, cómo no, los diferentes y sorprendentes métodos para obtener fuego. Nosotros esperamos a la primavera porque pensábamos que ambas visitas serían mucho más agradables meteorológicamente hablando de lo que realmente fueron: con viento norte y nevando no se disfruta igual. Eso es un hecho, y por esa misma razón creemos que la labor del guía fue fundamental para que nuestra percepción no bajase enteros. Gracias a David por aquella mañana, y a los socios que aportan el 98% de la financiación privada para que las excavaciones sigan su curso.
Mi único pero, y quizá no deba ponerlo al final porque puede que la gente se quede sólo con eso, tiene de fondo lo que decía mi profesor de física en el instituto. Él siempre llevaba un termómetro en su maletín, y tras décadas de experiencia docente, sostenía que los alumnos no eran capaces de asimilar conceptos por encima -creo recordar- de los 25ºC y por debajo de los 15ºC. Ni corto ni perezoso sacaba el termómetro y se marchaba de clase si la temperatura no estaba entre esos dos valores. Por eso, y por lo que las inclemencias del tiempo le hacen al sitio en cuestión, creo que hay cosas del circuito exterior que podrían explicarse dentro del edificio. Aunque sea en momentos puntuales del año (bien por exceso de calor o de frío), se agradecería una mini-piscina de piedras de río y las herramientas para pintar, o la explicación de los rituales y la de la fauna en el interior, de manera que la hora y media a la intemperie se convierta en media, algo mucho más soportable. Estoy seguro de que no soy el primero que dice algo así, y también de que es todo cuestión de presupuesto, porque si no tampoco se entiende que tan sólo haya una máquina de café, en lugar una mini-cafetería.
Dicho esto, y a pesar de ello, ambas excursiones son realmente apetecibles y gratificantes. Mi más sincera enhorabuena a la Fundación Atapuerca y a la brigada de guías que transmiten tan amenamente los contenidos de miles y miles de horas de estudio científico. Y, por supuesto, ¡MUCHAS GRACIAS! Volveré, aunque sólo sea por la sopa castellana y el lechazo que nos apretamos después en la capital…

2 comentarios en «Ya es primavera en Atapuerca»

    1. Eso ha sido adrede, para que vayáis a verlo… Bueno, y porque cualquiera sacaba las manos para hacer fotos, con el frío que hacía jajaja ¡Gracias por el comentario! 🙂

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