En abril del año 2014 no pensaba yo que una idea tan aparentemente inofensiva como crear un blog fuera a convertirse en una de las piedras angulares en torno a las que giraría mi vida. Recuerdo aquella mañana en una pequeña oficina semivacía del Edificio Inbisa que hay junto a un gran centro comercial en un pueblito de la geografía vasca. Era una empresa multinacional, cuya delegación en Bilbao no era tanto, que prestaba servicios de ingeniería para grandes empresas que los necesitasen, por eso estaba semivacía. De las veinte personas que podía albergar el local, estaríamos ocho personas. Debido a que solía trabajarse en el cliente, yo no había estado en ella en los años que llevaba en la empresa. Básicamente me ingresaban la nómina a cambio de los partes de horas, no conocía a mis compañeros ni ellos a mí. A título personal, el mero hecho de que tener que ir ahí no me hacía presagiar nada bueno para mi futuro laboral.

Sin tareas asignadas, más allá de aprender el modo de trabajo de software diferentes a los que estaba acostumbrado (por si me tenían que poner a trabajar para alguien con ellos), hablé con Diego, mi jefe, para ofrecerle ocupar mi tiempo en algo menos tedioso y más provechoso para la empresa que eso. Diego era el responsable de la oficina, un tipo de mediana edad «de la margen derecha» (como decimos en Bizkaia), de apariencia afable salvo que hablase de trabajo, delgado de practicar tenis en Jolaseta y con una densidad capilar digna de telenovela turca, de esas que nacen como una línea recta en la frente, aunque de pelo castaño, eso sí. Aquel día me acerqué a su despacho y golpee un par de veces con el nudillo en la puerta abierta de par en par que solía tener.
—Buenas, Diego… Oye, he pensado que mientras sale algo de curro «real», en lugar de ponerme a aprender cosas, podría preparar un tutorial del software que he estado usando durante años por si algún día alguien de aquí tiene que trabajar con ello. No sé, algo más ameno que estar estudiando y haciendo ejercicios de pruebas.
—Pues la verdad es que me parece bien. Seguro que lo que hagas le servirá a alguien.
—Ok.
Volví a mi sitio con una de las ocho canciones que más ponían en Euskadi Irratia sonando como cada mañana porque era la radio que le gustaba a mi compañero Dani, y con la sensación de que si le llego a ofrecer a Diego limpiar con un cepillo de dientes las junturas del baño de la oficina me hubiera dicho también que sí. No molaba. No pasó demasiado tiempo para saber que lo cierto es que le preocupaba más tenerme allí parado con lo que cobraba por mi experiencia a que hiciera tal o cual cosa. Es una de esas cosas que se dicen sin hablar, no sé si me explico. Por eso, y de motu proprio, decidí preparar el índice del tutorial. Entre texto y texto, pantallazo y pantallazo, comencé a pensar en algo que mi hermana había propuesto hacía no mucho a mi padre para no repetir las mismas historias a cada hijo y nieto que pasaba por casa: escríbelas y así te entretienes y nos las dejas leer cuando termines. Ahí estaba mi padre con 80 años y caligrafía exquisita, casi Renacentista, redactando durante horas y horas al día sus vivencias -que en ocasiones no coincidían mucho con las de mi señora madre, que también había vivido muchas de ellas, pero eso es otra historia-.
Así fue como comencé a barruntar la posibilidad de escribir sobre cómo opinaba de los aspectos de actualidad política, que en la época empezaban a aflorar (Gürtel, el rey en África, Albert Rivera, etc…). Sin más pretensiones que esa: tener algo escrito a mis treinta y tantos años que pudiera leer con ochenta si llegaba. Lo que sí tuve claro desde el principio fue que tenía que escribir con pseudónimo, con lo que me puse a pensar en quién y por qué elegir a uno. Habían pasado cuatro años desde mis vacaciones en la Toscana y siempre que veía algo de Leonardo da Vinci mi cabeza se preguntaba por qué no le habían llamado Leonardo d’Anchiano, lugar muy cercano a donde nació y pasó la infancia el genio italiano. Lo tenía. Reivindicaría esa pequeña ubicación desde mi flamante nuevo perfil de Twitter y también en el blog. De ahí en adelante sería Leonardo D’Anchiano, el hombre de Anchiano.
Ocho años hace de aquella mañana, de aquella semana, de aquel tiempo pasado que en principio fue malo, porque es muy estresante ser empleado en tiempos de capitalismo salvaje. Pero hoy agradezco enormemente que un par de semanas después de aquella conversación con Diego, prescindieran de mis servicios. Mi presencia era inasumible durante más tiempo en una oficina como esa. Según me dijo, yo cobraba lo mismo que cuatro de mis jovenzuelos compañeros recién salidos de la fábrica de titulados que llaman universidad. Como no podía ser menos, despido procedente. Cero euros de indemnización. (Como cero euros había visto de mi anterior no-renovación en otra empresa que era el mismo perro con diferente collar: la disponibilidad geográfica que firmas pensando que “¿pa’ qué me hacen firmar esto si estaré siempre en Bilbao?”, los empresarios la usan para ofrecerte trabajo en una oficina a 500 km de tu casa y así en lugar de despedirte te vas tú sin derecho a indemnización. Qué majos).
Aquel mismo mes llegaría a mis manos mi fiel escudero desde entonces y hasta hoy, que aguanta maltrecho: un MacBook Pro. Gracias a él actualizaba el curriculum para estamparlo contra los muros de todas las ETT’s habidas y por haber, que me ofrecían trabajos similares al que hacía… pero por sueldos indignos. Infojobs, Experteer, Job&Talent, LinkedIn… todos ellos lugares en los que dices “aquí sí, lo que me venga de aquí seguro que no es una mierda de oferta para currar en una ETT por 600€/mes”. Pero te equivocas; todo el rato. De modo que, puestos a esperar una oferta en condiciones, comencé a tuitear replicando el método de mi hermano el @becarioenhoth cuando era la mitad de la @PuertaTannhauser. Vídeos ya virales, enfocados desde un prisma científico, humorístico, artístico o todas ellas. Algunos que años después me conocen me dicen que a ver cómo lo hacemos, que alguna vez han intentado hacerlo y no atinan nunca con la frase para el tuit, que es como si el Becario y yo tuviésemos un don (desde luego, si alguno de los dos tiene un don es él, no yo. Pocas personas conozco tan brillantes). Dos años después, mi contenido en el blog era como un cajón de sastre, así que decidí preguntar a los apenas 2.000 seguidores de twitter si querían que el contenido y el del blog fueran del mismo palo. En una palabra: queréis ciencia o política. Dijeron que mejor ciencia, añadiendo la mitología como valor extra a textos random.
Como he dicho, era abril de 2014. Hoy, ocho años después, la cosa hace tiempo que se me fue de las manos. Y de la comunidad que he creado en Twitter han salido colaboraciones para mí impensables hace no mucho (aquí podéis leerme en Principia Magazine y en este blog tenéis mis artículos para National Geographic), amistades on-line, algunas extendidas al off-line, coño, que hasta he redirigido mi vida profesional, conversaciones tremendamente apetecibles y una auto-impuesta necesidad de ofrecer cosas en forma de curiosidades o de posts del blog sobre ciencia y mitología para todas esas personas que por un motivo u otro me seguís, me animáis e incluso me criticáis. Post-adolescentes por DM a los que has ayudado a que elijan carrera universitaria despertándoles la curiosidad por la ciencia que, al parecer, no sabían que tenían, profesores que ponen mis tuits o mis textos como materia, que me piden consejo sobre qué deben tener en cuenta para hacer un hilo, universidades recomendando a Leonardo D’Anchiano entre los perfiles a seguir, famosos de toda índole siguiendo tu cuenta, incontables «veo tus tuits con mis hijos y aprendemos un montón, gracias», esos agradecimientos de desconocidos que te escriben desde México, Perú, Argentina, Colombia, Venezuela, Guatemala, Ecuador, Chile, Panamá, Puerto Rico, y desde España, claro. Esos que te cambian el ceño fruncido por una sonrisa de «Fíjate lo que has conseguido con la bobada, chaval».
Hoy se cumplen 8 años, y los que quedan. Muchísimas gracias a todos los que dedicáis un ratito de vuestro tiempo a mi contenido, como yo lo llamo, el Universo Anchianer. ¡No sabéis cuánto ayuda sentirse útil!
Os dejo aquí la primera entrada del blog: Ritual de iniciación.