Los palomos mensajeros.

Las noticias son algo desagradecido por lo efímero de su vida… salvo alcance máximo en notoriedad, que entonces perduran más allá incluso que sus propios protagonistas. No hace falta explicar ese concepto. Esta semana, sin ir más lejos, se han cumplido 46 años desde que dos seres humanos se posaban en la superficie de la Luna (por mucho que algunos no se lo crean) haciendo realidad su sueño. Y digo “su” sueño porque aunque mucha gente hubiera dado la vida por ser ellos, solamente ellos dos lo hicieron. Desde hace siglos el ser humano se ha dado cuenta de que puede proponerse un objetivo dado que tiene los medios mentales necesarios para intentar alcanzarlo. La Humanidad ha sido capaz de hacer cosas cada vez más, digamos, planificadas.
Al principio, hace miles de años, nuestros antepasados progresaban por pura curiosidad, basada en la experiencia. Esto engloba el llegar a lo alto de la colina para ver lo que hay al otro lado, o el desarrollar utensilios moldeando sílex y/o madera, y combinarlos. Fue necesario muchísimo tiempo para ello, pero lo hicieron. Sus mentes probablemente usasen la lógica mucho más de lo que pensamos. El causa-efecto, aunque también el instinto. Y así fue como los individuos de la prehistoria se extendieron por un mundo que para ellos era infinito, como hoy lo es para nosotros el Universo. La ley del más fuerte era su único principio. Sin medias tintas. Implacable. Los grupos de homínidos campaban a sus anchas hasta que un buen día decidieron, nadie sabe cómo ni por qué, asentarse. Campamentos base desde los que focalizar su modus vivendi. Puede ser que pensaran que, por ejemplo, #Atapuerca fuera un paradisíaco lugar en el que cambiar la exploración territorial por el desarrollo de procesos agrícolas y utensilios con los que conseguir llevarse algo a la boca que no fuera el lomo de su compañero muerto por la infección más insignificante, o por los golpes de la última pelea. En ese sentido aún estamos un poco cojos, porque todavía pasa. Llamémosle involución.
Posteriormente, pasaron muchas cosas hasta que el ser humano creó a los dioses para entender su lugar en el mundo, y los personificó en aquellos herederos del líder del grupo, o incluso hasta que rindiera culto a sus muertos en lugar de comérselos. Las sociedades de todos y cada uno de los lugares cuyo vestigio ha llegado a nuestros días deja claro que la vida nómada no tenía la capacidad de desarrollo que tenían aquellos grupos que uniendo sus capacidades habían conseguido levantar las pirámides de Giza, las ciudades incas, mayas o aztecas, la Gran Muralla China o el Coliseo de Roma. Empresas impensables para aquellos de #Atapuerca, preocupados más por la supervivencia propia que por la de sus vivencias, aunque sí que es verdad que algún que otro artista ya había entre sus vecinos de Altamira… Ahora bien, con la vida bajo el control de las ciudades gracias a los médicos, curanderos, chamanes y MUCHA suerte, comenzaron a permitirse el lujo de pensar en cosas más banales como las joyas, el vicio o las estrellas. 
Siglos después, las diferentes disciplinas empezaron a dudar de la realidad divina y el geocentrismo, entre otros muchos aspectos intocables en la época. Era cuestión de tiempo que hubiera mentes con la curiosidad de aquellos antepasados, y la capacidad y experiencia de estos otros mucho más cercanos en el tiempo. De repente, la Ciencia entró como un elefante en la cacharrería de las religiones y comenzó a verse que los líderes herederos actuaban igual: matando a golpes a sus convecinos. En esa época, la causalidad y la casualidad no iban de la mano, pero sí que aportaban por separado para ver cómo era el cuerpo humano por dentro, por qué sucedían las cosas, por qué sí o por qué no. Y apareció el sueño de volar. Desde que el mito hablara de Ícaro y Dédalo, nadie había registrado con tanto afán sus intenciones como el gran Leonardo, el polímata por excelencia. Era la única cosa que él se planteaba ante la atónita mirada de sus contemporáneos. Y finalmente, en Fiésole, su amigo Tomasso Massini se lanzó al vacío ladera abajo con el aparato elaborado para aterrizar aparatosamente a 1.000 metros de distancia después de muchas horas estudiando el funcionamiento de vuelo de los pájaros (en el Códice sobre el vuelo de los pájaros). Obviamente, fue algo fugaz, pero fue. Lo constató también con un paracaídas que en el año 2.000 se confirmó que realmente funciona. Da Vinci despertó ese ansia por despegar que hasta el momento había constado como un imposible por el mero hecho de no ser pájaros, murciélagos o insectos. 

Las acometidas al noble y loco sueño de volar fueron tomando diversas formas y colores con el paso del tiempo. De repente, explotó la Revolución Industrial y aparecieron los hermanos Montgolfier, Zepellin y los hermanos Wright. Prueba-error. Y muerte, de vez en cuando. La mecánica del tren y el coche aplicada poco a poco al sueño de surcar el cielo, y quién sabe si el espacio. Por aquel entonces, las computadoras eran enormes, y sin embargo se quedaban pequeñas ya… sobre todo para Wernher von Braun, el mago que consiguió dar un empujón definitivo al ser humano para que pasase de ser “aeronauta” a “astronauta”. Y así,  la Historia de la especie tal y como la conocíamos, pasó de un tormentoso aterrizaje en La Toscana italiana alrededor del año 1.505 al alunizaje en el Mar

de la Tranquilidad en 1.969. Cuatro siglos y medio de progreso exponencial, donde aún hoy coexisten mentes tan brillantes como para pensar en enviar al ser humano a la conquista del sistema solar con mentes tan abruptas como los acantilados del cometa 67P/CG capaces de provocar el caos en el concierto mundial secuestrando -y ejecutando- periodistas. Pensar a lo grande o pensar en pequeñito. Todo mi respeto a los freelances que se parten la cara por el mundo para que podamos tener una ínfima idea de lo que pasa por ahí. Son los palomos mensajeros del siglo XXI. A fin de cuentas, la mayoría de nosotros somos sólo gente que elucubra. En un bar o en una mesa. Con familiares o amigos. Sabemos qué es la Luna, pero no tenemos ni idea de que se siente saltando sobre ella aunque lo hayamos visto mil veces. Sabemos lo que es un Kalashnikov, pero no tenemos ni idea de qué olor desprende cuando acaba de disparar o cómo silban sus balas. Por eso, hay que tener en cuenta el fondo y la fuente de las noticias. Cuando al principio del post he hablado de notoriedad y de protagonistas, seguro que no pensabas en quién la ha dado, sino en qué ha pasado. Sólo espero haber despertado ese interés por el trabajo que hay detrás de cada puñado de palabras que ojeas en las páginas más desagradecidas de los diarios de todo el mundo. Ahí no hay banderas, ni fronteras. Todos se dedican a informar de la mejor manera que pueden. 

P.d.: Respeto y fuerza para las familias y amigos de los tres periodistas españoles secuestrados en Siria, así como para las del resto de sus compañeros. Esperemos que sea un mal sueño.

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