La exploración espacial es un complejo compendio de milagrosos eventos a la altura del objetivo que se quiere conseguir. El desarrollo tecnológico de montones de procesos o elementos entran a formar parte de nuestras vidas sin el bombo y platillo que debieran para restarle algo de mala prensa a lo que cuesta mandar algo más allá de la estratosfera. NASA, ROSCOSMOS, ESA, JAXA, CSA… todas ellas contribuyeron de algún modo a soluciones técnicas para sus misiones que después se han quedado entre nosotros. Pero no he venido aquí a hablar de lo bonito de la exploración espacial, sino de lo duro, lo trágico. Las personas que viajan al espacio tienen en su mochila la pesada carga de desconocer que una vez que hayan ido desearán volver, aunque por otro lado tienen la incertidumbre de si todo saldrá bien y regresarán sanos y salvos.

En programas espaciales con decenas de miles de personas involucradas, con los procesos protocolados y el espacio esperando, no hay nada que asegure el éxito. Todo eso es más una mitigación de riesgos que otra cosa. A lo largo de la historia de la exploración de nuestro vecindario ha habido unos cuantos sucesos que han calado hondo en el imaginario colectivo. Quizá no todo el mundo conozca todos los que han ocurrido, pero seguro que recuerda los que alguna vez ha visto.
El septiembre de 1962 el presidente de los EEUU, John Fitzgerald Kennedy, decidió prometer algo que dejase un poso de esperanza a sus conciudadanos sobre la carrera espacial con(tra) los soviéticos. Estaban dando pasos -casi- simultáneamente, pero siempre por detrás de la URSS. Así, durante un discurso en la Universidad de Rice, JFK promulgó su famoso “antes de que acabe la década pondremos un hombre en la Luna”. Poco más de un año después fue asesinado y jamás lo vería, pero la maquinaria para conseguirlo ya estaba en marcha.
Sin embargo, los inicios son duros. Y para la NASA, más. Quiso el destino que en una misma semana coincidieran tres desgracias que costaron casi una veintena de vidas y que hoy se conoce como el NASA’s Day of Remembrance (Día del Recuerdo de la NASA): la misión Apolo 1, el Challenger y el Columbia.
El incendio en cabina de la Apolo 1

La misión Apolo 1 tenía fijada su prueba de vuelo en órbita baja el 21 de febrero de 1967. Y estaba predestinada para entrar en la historia de la exploración espacial como la primera misión tripulada del programa que llevaría al ser humano a la Luna. En un principio, Deke Slayton había seleccionado como piloto a Donn Eisele, pero tuvo que ser sustituido por Roger Chaffee porque durante los tests de entrenamiento en ingravidez se dislocó el hombro… dos veces. Finalmente, Chaffee volaría con el comandante Gus Grissom y el piloto experimentado Ed White. El bueno de Eisele fue intervenido quirúrgicamente de su lesión el día antes de uno de los tests más desgraciadamente recordados en la NASA. Durante las revisiones previas, la tripulación no las tenía todas consigo sobre que el aparataje del interior del módulo estuviese fijado con velcro y nylon, materiales altamente inflamables. Con algo de sorna, cuando se hicieron el reportaje de fotos oficial de anuncio de la misión, se sacaron una foto en posición de oración con una pequeña maqueta del módulo… y se la regalaron al jefe de diseño de la nave, Joseph Shea. Confiamos en ti, pero vamos a rezar por si acaso para que no pase nada.

El 27 de enero de 1967 sus presagios se convertían en realidad. Después de alguna interrupción en la prueba por un olor extraño que Grissom percibió, se reanudó todo unas horas después -la investigación posterior lo descartaría como posible causa de la tragedia-. El siguiente problema fue la comunicación: el micro de Chaffee no funciona del todo bien. Grissom espetó un “¿Cómo vamos a llegar a la Luna si no somos capaces de hablar entre dos o tres edificios?…”. Todos los demás sistemas iban más o menos bien. Teniendo en cuenta que sería la primera vez, toda precaución era poca. Con el reloj de la cuenta atrás en T -10 minutos, a las seis y media se detectó un cortocircuito transitorio. Diez segundos después, Chaffee soltó un “¡Hey!”, mientras se escuchaban forcejeos (¿quizás intentando sofocar lo que luego se supo que era un fuego?). Ed White lo confirmaba “¡Tenemos un incendio en cabina!”. Seis segundos después todo estaba en modo pánico: “¡Hay un terrible fuego!”, “¡Me estoy quemando!”. Apenas 15 segundos después de la primera comunicación del fuego la transmisión se cortó. Se creó un infierno tan rápidamente que ninguno de los tres tripulantes pudo hacer nada por salvar su vida, y los de rescate fueron incapaces de llegar a abrir la tercera capa de la escotilla. Sus máscaras no estaban hechas para el calor y el humo denso que se creó, sino para gases tóxicos, algo que solo les permitió evitar la propagación del incendio por el resto de la plataforma donde estaba realizándose la prueba. De haber sucedido, probablemente hubiese matado a algunos de los miembros del equipo de tierra.

El escenario era dantesco. El calor había derretido parte de los trajes de nylon y los tubos de soporte vital de Grissom y White. Grissom yacía en el suelo de la cápsula después de haber intentado llegar a la escotilla. White estaba tumbado de lado justo debajo de ella. Chaffee fue encontrado con su mano derecha fijada al asiento, siguiendo el protocolo de mantenimiento de comunicación hasta que White abriese la escotilla. El nailon fundido y amalgamado con los cuerpos hizo que no pudieran sacarlos hasta pasada una hora y media.
La investigación determinó que en un ambiente de oxígeno como el de la prueba, con valores 5 veces superiores a los de las condiciones normales al nivel del mar, materiales como el velcro, que no son combustibles, se conviertan en altamente inflamables con oxígeno puro a alta presión. La cápsula prácticamente era una alfombra de 3,2 m2 de velcro. La primera pérdida de seres humanos en la historia de la conquista espacial norteamericana era un hecho, y ni siquiera habían volado. Grissom, White y Chaffee fallecían en el interior del módulo de mando en las pruebas del Apolo 1 (unos meses más tarde, a finales de abril, el cosmonauta soviético Vladimir Komarov se convertía en el primer humano en fallecer al estrellarse la cápsula Soyuz por un fallo en la apertura del paracaídas).
La desintegración del transbordador espacial Challenger
El Remembrance Day de la NASA tiene en su recuerdo también a los miembros de la tripulación del transbordador espacial Challenger. El 28 de enero de 1986 todo hacía indicar que con la soleada mañana de Florida, aunque inusualmente fría (1ºC), se vería el despegue del transbordador espacial. Dick, Michael, Ronald, Ellison, Gregory, Judith y Christa esperaban el momento todo lo ansiosos y todo lo menos nerviosos que se puede estar en una situación como esa. El lanzamiento se había pospuesto en varias ocasiones por diversos motivos desde el 22 de enero, pero fue la tarde anterior durante una teleconferencia donde se había hablado de la operatividad de las juntas tóricas de los cohetes aceleradores que ayudaban a poner en órbita el transbordador.

El Challenger iba propulsado durante dos minutos por las ingentes toneladas de propelente para que la 3ª de ley de Newton hiciera el resto. Los transbordadores espaciales requerían dos cohetes aceleradores (SRB) que proporcionaban juntos más del 80% del empuje necesario para subirlos hasta casi 50 km de altitud. Dos monstruos de 45,5m de largo y casi 4m de diámetro. Una vez en ese punto, se separaban para caer con paracaídas en el océano a más de 200 km de distancia de Cabo Cañaveral, donde eran recuperados. Sus piezas dañadas se restituían, se pulían y se reutilizaban. Algunas de las partes metálicas de las que constaban iban unidas colocando entre ellas esas juntas tóricas. La teoría decía que la propia presión del interior y la dilatación de los metales optimizaban el funcionamiento de la unión, sin embargo no se contó con que algunas de esas zonas metálicas además de dilatarse se deformaban, provocando un mal sellado… agravado porque tampoco se tuvo en consideración los comentarios del fabricante sobre que por debajo de 12ºC no tenía datos que confirmasen el correcto funcionamiento de las juntas.
Debía ser un día más en la oficina para los siete tripulantes de la aeronave, pensando ya en el objetivo de la misión STS-51-L: poner en órbita dos satélites. Uno de ellos, el TDRS-B iba a complementar el primer TDRS que estaba ya en órbita, un sistema de comunicación entre los controladores de tierra y otros satélites, algunos de ellos militares. El otro, SPARTAN-Halley, era un artefacto autónomo que se subía al espacio para hacer durante unos días observaciones astronómicas enfocándolo a un determinado elemento (en esta ocasión al cometa Halley), y una vez realizada esa labor se recogía y se bajaba a la Tierra de nuevo.

Pero las dudas de algunos de los técnicos se hicieron realidad. La disfunción mecánica de la primera de las dos juntas tóricas por las bajas temperaturas terminó encadenando una serie de infortunios, que resultaron en una desintegración provocada por grandes fuerzas aerodinámicas, que muchos aún hoy recordamos. Los SRB aguantaron -y fueron detonados en remoto más tarde-, y la cabina de tripulación también. En los vídeos se aprecia cómo sale despedida de la nube producida por las condiciones criogénicas en las que se encontraban el hidrógeno y el oxígeno líquidos. Es probable que a pesar de las fuerzas ‘G’ sufridas durante todo ese rato alguno de los astronautas todavía estuviera con vida, aunque sin conocimiento. Lo más seguro es que su muerte se debiera al impacto en caída libre a más de 300 km/h contra el océano, equivalente a 200 G.
La deflagración del transbordador espacial Columbia
La tercera tragedia que se recuerda en el Remembrance Day de la NASA de la agencia fue la del transbordador espacial Columbia. La misión STS-107 que fue pospuesta nada más y nada menos que 18 veces, había despegado de Cabo Cañaveral el 16 de enero de 2003. Rick, William, Michael, Ilan, Kalpana, David y Laurel subieron al espacio para realizar diferentes investigaciones y experimentos durante los 16 días de duración que comprendía la misión. El tanque del depósito lleno de hidrógeno y oxígeno líquidos podía provocar la creación de un hielo en el exterior del mismo que era potencialmente peligroso para el transbordador si se desprendiera durante el despegue. Evitarlo era fundamental, y por eso se recubrían determinadas superficies con una espuma aislante. Pero lo que ocurrió fue que un minuto y medio después del despegue se desprendió un pedazo de esa gomaespuma. Ninguno de los que se percataron de ello, ni del impacto con el ala izquierda le dio la suficiente importancia al hecho. El Columbia iba rumbo a la órbita a 840 m/s cuando eso ocurrió.

Los astronautas llegaron finalmente al espacio y hay que decir que, científicamente hablando, la expedición STS-107 había sido todo un éxito con alrededor de 80 trabajos realizados para la NASA, la ESA, la CSA de Canadá y la agencia alemana. Materiales en microgravedad, ciencias biológicas, medicina y física, entre otros, realizados durante 24 horas al día en dos turnos de trabajo. El día de regreso, a falta de 16 minutos para llegar a casa, la reentrada en la atmósfera dependía sola y exclusivamente del correcto funcionamiento del escudo térmico que evitaba -y sigue evitando- que la bola de fuego acabase en tragedia. Durante ese rato, Yuri Gagarin incluso se despidió de sus camaradas durante la reentrada pensando que no saldría vivo de aquella bola de fuego. Hablé de la reentrada en la atmósfera en este post sobre la Crew Dragon en la que uno de sus tripulantes definió el momento como si la cápsula tomase vida y fuera lo más parecido a un verdadero dragón. Sin embargo, con el Columbia algo fue mal. Al parecer, aquel impacto durante el despegue en el ala izquierda había hecho desprenderse alguna de las piezas que conformaban el escudo térmico, y eso permitió a los gases calientes generados adentrarse en la estructura interior y destrozarla, algo que a la postre causó una desestabilización tan incontrolable que la aeronave terminó por desintegrarse cuando sobrevolaba el cielo entre los estados de Texas y Louisiana.
La investigación del suceso tuvo como conclusión que, efectivamente, la tragedia se produjo por aquel golpe de uno de los pedazos de espuma aislante del tanque del combustible, un minuto y medio después del despegue. Los que en un primer momento no le dieron importancia, se llevaron las manos a la cabeza al hacer los cálculos de qué había podido ocasionar. Grosso modo, el pedazo desprendido era equiparable a un bidón de 30 litros, y eso hacía que en el momento en el que sucedió impactase el ala a más de 800 km/h, generando un golpe equivalente a más de 1 tonelada. Como consecuencia, el transbordador perdió varias piezas, calculadas con experimentos en tierra como a unos 15 cm de diámetro. Un boquete suficiente para que los gases entrasen y destrozasen todo.

La exploración espacial ha sufrido muchos reveses, y toda precaución es poca a la hora de lanzar un cohete al espacio. Todo está calculado al milímetro y al segundo, y de cada una de estas tragedias se aprendió algo. No hay nada bueno en que casi 20 personas hayan fallecido por errores evitables, lo sé, pero al menos a aquellos les queda el honor de haber participado de la conquista del espacio y del desarrollo tecnológico que durante los últimos 50 años han llevado al ser humano al espacio primero, a la Luna después y, ya veremos cuándo, a Marte. Nadie dijo que fuera fácil.
Per aspera ad astra.
