Monte Olimpo. Las cosas no van bien entre ellos dos. La estirpe de dioses y diosas también tienen defectos. Ironías de la vida, la diosa del matrimonio no sabe cómo arreglar el suyo. Lleva un buen rato abstraída, apoyada sobre su hombro semidesnudo en una de las frías columnas y con una mirada al horizonte que la sumerge aún más en sus pensamientos. No hace más que preguntarse en cómo toda una diosa de la belleza puede sentir envidia de ella. Una lágrima recorre su pecosa mejilla. Al mismo tiempo, la leve brizna de aire que le acaricia el rostro desplaza uno de esos rizos azabaches que hace un rato quedaron fuera del recogido. Se lo retira con suavidad, a mano cambiada para no perder el apoyo que la columna le ofrece. Ese frío bloque de piedra tallada es el único apoyo que cree tener. No entiende nada. En ese oportuno momento, Flora hace más ruido de lo normal al caminar para que ella no se asuste al notar su mano en el hombro. Juno no aguanta más. Ambas se miran, y es entonces cuando se desahoga: está harta de esa envidia que los gestos y las miradas de Venus no esconden. Júpiter, su marido, tampoco ayuda mucho. Se derrumba, sollozando y temblorosa, su conversación con Flora es visceral. Tanto que, en un intento desesperado para tranquilizar el ataque de ansiedad que Juno está sufriendo, Flora le ofrece su templo como refugio si lo necesita. El agradecimiento y la decisión de irse se resumen en un abrazo de los de verdad.

Los días le parecen más azules en las inmediaciones de su refugio. Respira paz. Le gusta. O quizá lo que le gusta es no tener cerca a Venus y Júpiter. En cualquier caso, pasará ahí una temporada; el tiempo que tarde en desvanecer de su interior las tinieblas que siguen atormentándola. Es un cambio brusco que necesita asimilar, sobre el que Flora asegura que sólo el tiempo curará. Tiempo que parece haberse detenido. La anfitriona anima a Juno a pasear por los campos de Oleno para que pueda apreciar la belleza de una de sus flores. No parece complicado hacer caso a un consejo así viniendo de la diosa de los jardines. Efectivamente, de entre todas las flores hay una que llama especialmente su atención. Es preciosa. Flora, sujetando el tallo con una de sus manos, utiliza ritualmente el pulgar de la otra para separarla. Le dice que para equilibrar el hecho de que, después de alumbrar a Minerva, Júpiter extrajo por la frente a su mujer la capacidad tener hijos, esa bella flor restablecerá el daño. Para demostrárselo, prueba a tocar con ella a una joven novilla que queda fecundada de inmediato. Juno se recuesta con la flor en su regazo entre las otras hierbas altas, mecidas por el viento. Lo que no sabe es que esa flor tan bella es Júpiter, transfigurado en ella, y la sola acción de colocarla sobre su vientre la deja embarazada…
Juno se desplazará al mar de Mármara para dar a luz a un niño: Marte.
Miles de años después, lejos de que aquello formase parte del relato cotidiano de los ciudadanos romanos, los mismos seres humanos que crearon y veneraron a todo ese elenco de deidades, han puesto sus ojos en él, el hijo que Júpiter engendró transfigurado en bella flor desde el regazo de Juno en aquel campo de Oleno: Marte. Un viejo conocido de los antiguos astrónomos que lo reconocieron como uno de los puntos más brillantes del firmamento, y hoy es objetivo prioritario sobre el que pivotar nuestra aventura interplanetaria. Pisar Marte no será tarea fácil. Pero los pasos que las agencias espaciales de medio mundo están dando poco a poco son esperanzadores.
Aunque las visitas de sondas al planeta rojo se pierden en la noche de los tiempos tecnológicos modernos hasta los años 60 del siglo pasado, con las primeras intentonas soviéticas y las Mariners y Vikings yankees, no hubo una sensación tan real de control como cuando se proyectó la misión Mars Pathfinder. Se había sobrevolado Marte, incluso se había aterrizado en Marte con éxito, pero el ser humano siempre quiere más… y tener el control de la situación requería tener un vehículo autónomo que anduviera por allí, aunque fuese mínimamente, y enviase datos a la Tierra que permitieran aumentar el conocimiento del planeta rojo. Afortunadamente, las maravillas de la técnica y los cálculos permitieron a los científicos de la NASA algo impensable. La misión quería aterrizar el lander Pathfinder y, por primera vez en la historia, poner un pequeño vehículo explorador —Sojourner— en suelo marciano. No sería fácil, pero había que intentarlo.

4 de diciembre de 1996. Un cohete Delta II despega desde Cabo Cañaveral (Florida, EEUU) dispuesto empujar al conjunto de carga de la misión hasta su destino, el Ares Vallis —Valle de Ares, homónimo de Marte en la mitología griega—. La sonda espacial recorrerá los casi 500 millones de kilómetros hasta llegar al fatídico momento en el que los ingenieros siempre cruzan los dedos: la entrada en la órbita de nuestro vecino y posterior descenso hasta aterrizar.
4 de julio de 1997. La atmósfera marciana es tan tenue que apenas ofrece resistencia y a medida que la cápsula va frenando se va volviendo una bola de fuego cada vez más grande. En apenas 5 minutos, el aterrizador tiene que pasar de 26.460 km/h. a los 70-90 km/h en el momento del aterrizaje.

El 27 de septiembre de ese mismo año 97 la misión envió su última señal a la NASA. El lander Pathfinder había vivido sobre la superficie roja de Marte tres veces más de lo esperado. El punto de aterrizaje donde quedó fue bautizado como la Sagan Memorial Station en honor al inspirador Carl Sagan. el rover Sojourner había caminado por ella doce veces más. Entre ambos enviaron 2.300 millones de bits en 16.500 imágenes (550 de ellas desde el Sojourner), datos sobre los vientos y otros fenómenos meteorológicos, y más de quince análisis de rocas y suelo marcianos.

Las observaciones en la zona de aterrizaje Gracias a todo ello los científicos tuvieron evidencias suficientes para afirmar que Marte fue alguna vez un lugar más templado y húmedo. Esto es, en un pasado muy muy lejano, pudo albergar vida. Decir esto hoy en día para los aficionados a la astrobiología parece una obviedad, pero decirlo hace décadas era un verdadero cambio en el escenario científico internacional.
Algunas de las conclusiones para afirmar que en Marte el agua líquida era estable fueron por ejemplo los distintos tipos de guijarro observados en la zona de aterrizaje, o que por la mañana hay nubes de hielo de agua en la parte baja de su atmósfera, un momento del Sol -día marciano- en el que las temperaturas fluctúan mucho, quizás debido al calentamiento de esa atmósfera por parte de la propia superficie del planeta.
Aparte de todos los datos meteorológicos, también se vieron fenómenos meteorológicos como diablos de polvo. Pero la misión contenía también algunos otros estudios enfocados relacionados con la geología planetaria. Conocer la ubicación exacta del lander Pathfinder permitió afinar las dimensiones del núcleo metálico central de Marte, que fue estimado entre los 2.600 y los 4.000 km. de diámetro. También se sugirió en su momento que el polvo en suspensión es magnético, concretamente de maghemita. -un tipo de óxido de hierro muy magnético, posiblemente liofilizado sobre las partículas-.
Es complicado retrotraerse a los tiempos en los que la exploración estaba en pañales, malacostumbrados por las gloriosas gestas que estamos consiguiendo de un lustro para acá. Sin ir más lejos, Ingenuity, un mini-helicóptero ha volado de forma autónoma -y ya van 16 veces- sobre la superficie de precisamente Marte, nuestro campo de pruebas. Y lo mejor no es eso, lo mejor es que lo confirmamos porque el rover Perseverance lo grabó. Es impresionante. Por eso, porque para llegar ahí ha habido un proceso larguísimo, hay que darle a la misión Mars Pathfinder con su aterrizador rebotado y su pequeño rover la importancia que merecen. Sojourner fue el primero de su estirpe, no lo olvidemos.
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- Timeline de las misiones norteamericanas a Marte.