Vertigo

 
Los mimos a la autoconfianza. El desparpajo que la esconde. El vertigo en el sentido figurado. La realidad cambiante de todas esas cosas sobre las que tomamos decisiones cuando saltamos desde el barco de la adolescencia al océano de la mayoría de edad. Sentirte pequeño al verte en el espejo mientras te cepillas los dientes por pura inexperiencia, tanto que sólo la vida te permitirá mirar atrás y ver que eras grande incluso cuando pensabas que eras minúsculo. 
 
El miedo a lo desconocido; y a lo conocido. Te atenaza enfrentarte al examen del carnet de conducir, a pesar de que ya has conducido ese coche durante horas. Te atornilla el estómago el “no” de la persona que te gusta, a pesar de que su cuadrilla te ha requeteconfirmado que le gustas. Sudor frío. Malestar general. Pelos de punta. Juntos o por separado, a gusto del cerebro consumidor. 
 
Una reacción en cadena, perpetua. Sensaciones apetecibles a veces, si de lo que se trata es de soltar adrenalina sobre dos ruedas, o cuatro. Incluso volando, ¿por qué no? ¡Ah! Volar… Porque eso es lo que en definitiva se necesita para superarlo. Puede que simplemente no hayas encontrado lo que estás buscando para lograrlo, aunque lo necesario para conseguirlo sea miedo a otra cosa. No desistas, y no te culpes. La Historia está plagada de miedos incontrolados, perfectamente controlados por la buena marcha de sociedades cada vez más banales. Somos así. Quizá lo entiendas el día menos pensado, mientras coges la pasta y el cepillo.


[N. del A.: Post para el #relatosMiedos de Divagacionistas.]
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