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Papiro de Ahmes |
Egipto, año ~1.650 a.C. Ahmes, escriba egipcio durante la Dinastía XV, trabaja en la copia de un papiro que para él es antiquísimo: unos 200 años. Así lo dice en la primera parte del mismo. Una serie de problemas con cálculos matemáticos que deben tenerse en cuenta en una vida como la que tienen en el dorado mar de arena egipcio. Un documento que permita transmitir los conocimientos generación tras generación como siempre se hace en el Antiguo Egipto. Para ellos, el registro de lo aprendido es tan importante como su transmisión. Ahmes, en aquel papiro, muestra valores de lo que para ellos es una aproximación de π (término que asentaría el gran Euler). Su aproximación: 3,1605. No está nada mal. Pasaron muchos años hasta que se descubrió de qué se trataba “aquello” exactamente y se fue consciente, comenzando a calcular cada vez más y más decimales. ¿Os imagináis a aquellos estudiosos chinos, indios, persas cuando descubrieron qué era Pi?… Hoy en día tenemos la versión de humanos que recitan cientos de miles de sus decimales, o de humanos que construyen super-ordenadores capaces de calcular billones de decimales de π.
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Mapa de G. Schiaparelli (Imagen: Wikipedia) |
Seguramente, el bueno de Ahmes no sabía que miles de años después de que él anduviera enfrascado en aquel trabajo, Giovanni Schiaparelli, uno de esos observadores de las estrellas nacido muy cerca de Turín (la ciudad con el mayor museo egipcio del mundo fuera de Egipto), sería capaz de ver desde su telescopio los canales del planeta más cercano a la Tierra durante la gran oposición de 1.877. Esas observaciones de Marte en un mundo en plena euforia industrial tuvieron la singularidad de que la traducción de algo tan común como unos “canales” naturales le dotaron de una intriga sin precedentes al ser traducidos al inglés como “canals” en lugar de “channels”. La sutil diferencia: en inglés se denominan de una manera o de otra dependiendo de si son artificiales o naturales. Automáticamente, se activó la maquinaria creadora de leyendas y mitos dejando claro que la posibilidad de que hubiera vida en el planeta rojo fuera posible. Si bien es cierto que en países de habla no anglosajona aquellos nuevos cuentos, apetecibles para mentes soñadoras, calaron bien hondo hasta el punto que hoy vemos como normal llamar de manera generalista «marcianos» a todos los extraterrestres.
Ayer, los humanos habitantes de un mundo globalizado que Ahmes no podría imaginar, incluso hemos asignado el valor de ese número Pi a un día del calendario, y tampoco podría imaginar que en la mañana del #PiDay de 2016 ha despegado desde Baikonur (Kazajistán) el Protón en el que iban alojados la sonda TGO (Trace Gas Orbiter) y el aparato al que el astrónomo italiano Schiaparelli da nombre.
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Despegue del Protón desde Baikonur (Imagen:@HiRise) |
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(Foto/Recreación:NASA) |
Han pasado 13 años desde que la ESA intentase posar un aparato en la superficie marciana. En aquella ocasión, el Beagle-2 debía haber confirmado que estaba en condiciones de uso el mismo día de Navidad de 2.003, pero desafortunadamente su antena -se aventuró que por un fallo en el despliegue de los paneles solares- no fue capaz de establecer contacto por ninguno de los medios empleados… Fue la cámara HiRise de un satélite orbital de la NASA (el Mars Reconnaissance Orbiter) quien localizó en uno de sus barridos fotográficos lo que parecía ser el Beagle-2 a unos 6 kms. de la zona de aterrizaje prevista. Al menos, su nave nodriza la sonda Mars Express funcionó perfectamente según lo planificado.
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(Imagen: ESA) |
Hasta el momento, sólo los rovers de los EEUU y las Mars de la extinta URSS lo han logrado. En el programa ExoMars, la Agencia Espacial Europea ha unido sus esfuerzos con la rusa en una colaboración que esperemos nos dé impresionantes resultados. Entre lejos y cerca del “a encontrar vida en Marte” que venden los medios de comunicación, lo que se espera del proyecto es un análisis del metano de la finísima atmósfera y rastrear posibles depósitos de agua subterránea hasta aproximadamente 1 metro de profundidad en el planeta rojo desde una órbita a unos 400 kms de la superficie. Además, en caso de que la Schiaparelli aterrice satisfactoriamente, supondría una esperanzadora demostración de las capacidades de la ESA de cara a la continuación del programa con la ExoMars2018, donde un rover europeo diseñado conjuntamente con Roscosmos (esperemos) tomará tierra -esta vez sí- con equipamiento tecnológico como para analizar la superficie.
Lo difícil del tema es que esa delgada capa que compone la atmósfera de Marte obliga a hacer virguerías para aterrizar sobre él. La Schiaparelli tendrá 6 minutos para reducir su velocidad desde los 21.000 km/h hasta los 7 km/h de la fase final de aterrizaje… Casi nada. Para conseguirlo, está provista de tres dispositivos: un paracaídas, un escudo térmico y unos retropropulsores. Lo bueno de los avances tecnológicos es que su precisión ayudará a decidir cómo de viable seria una misión tripulada allí. Todo eso ocurrirá el próximo 19 de octubre, tras siete meses de viaje… habiendo salido hacia un lugar donde ahora, más de un siglo después de aquellas observaciones y coincidiendo con el aniversario del nacimiento de Einstein, sí que existen canales artificiales: todos los de los robots que hemos enviado a explorar un mundo en el que ya tenemos la mente puesta.
Fuentes:
www.esa.int
www.nationalgeographic.com
@eurekablog
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