La conCiencia femenina

«La escuela de Atenas» de Rafael contiene entre las personalidades representadas a la joven Hipatia.
Alejandría, siglo IV. El dorado Egipto romano, mezcla de civilizaciones, se zambulle en la convulsión viendo cómo el Imperio Romano se parte por la mitad, después de que Constantino I se hubiera convertido al cristianismo y se llevara la capital de “su parte” a Bizancio, a la que rebautizarla como Constantinopla. La imponente torre reconocida como una de las siete maravillas del mundo antiguo que sirve como referencia a las embarcaciones en su aproximación a la ciudad, edificada en la isla de Pharos -y que posteriormente daría nombre a ese tipo de construcciones hasta nuestros días- lleva siglos observando todo lo que acontece en la ciudad. Nada le extraña… aunque, últimamente, desde que la libertad de culto se ha instaurado, no le gusta cómo ha visto mermada la presencia social de ese grupo de gente que quiere pensar en el por qué de las cosas, en favor de toda clase de obispos y monjes que han emergido tras verdaderas batallas para predicar el cristianismo en cualquiera de sus vertientes. La problemática en ese momento surge de la interpretación de lo que se considera “cristiano”; es decir, antes de la conversión de Constantino ya existían cristianos, que ahora no quieren ser subyugados a lo establecido por el Imperio. Son cristianos “independientes”. No obstante, están viendo cómo los predicadores reciben los honores patrios por hacerlo en nombre, ya no de Dios, sino del propio poder político. Dominan los tiempos. El tiempo. Y las masas. A finales de siglo, Teófilo es uno de ellos. Es intolerante, vehemente, y por desgracia para aquellos que no comulgan su doctrina, implacable. 
Rachel Weisz como 
Hipatia en la película 
«Agora» de Amenábar
En ese escenario, sin sitio para la Filosofía, ni la Ciencia, acorralados por el aborregamiento religioso que obedece sin preguntar, la figura de una mujer, implicada en cosas que no debe si quiere llevar una vida tranquila, emerge de manera brillante en el amplio sentido de la palabra. Es Hipatia. Hija de Teón, un célebre hombre de ciencias que no duda -¡ojo! en pleno siglo IV- en transmitir a su hija los conceptos que él mismo inculca a sus discípulos; tanto de matemáticas, como de física o astronomía. La vida en un ambiente cultural y la inteligencia de Hipatia hacen el resto. Con el paso del tiempo, ayuda a su padre (e incluso algunos afirman que hay escritos atribuidos a Teón que son realmente de ella), avanza en campos como la tecnología desarrollando algunos diseños impensables para la época, y comienza también a ampliar sus conocimientos sobre Humanidades: religión -a pesar de ser pagana-, política, oratoria, filosofía Neoplatónica… Tanto es así, que su fama trasciende fronteras y a su casa, donde imparte las clases, llegan alumnos desde todas partes. A pesar de todo, es capaz de compaginar su docencia con estudios y comentarios a la  “Aritmética” de Diofanto de Alejandría, “Las cónicas” de Apolonio de Pérgamo e incluso hay quien dice que hasta a algunos de los trabajos astronómicos del propio Ptolomeo. Además, Hipatia es una excelente editora, compiladora y protectora de todos esos antiguos manuscritos.
Recreación del imponente faro de Alejandría
El faro sobrevive a otro cambio de siglo que transcurre de la misma manera que el anterior, y ya acumula casi 700 años. El ortodoxo Teófilo es sustituido al morir en el año 412 por su sobrino Cirilo, si cabe más vehemente y fanático que él. Con el imperio fragmentado física y culturalmente, la religión -el Patriarcado- pugna con la Prefectura del Imperio, encarnada en Orestes, discípulo de Hipatia para ver quién toma el control de la ciudad y se inicia una persecución implacable contra los versos sueltos paganos de los que ella era estandarte en la ciudad; y lo era hasta tal punto que, finalmente, la polímata alejandrina sufre el fervor de las masas (dicen unos) o de la propia guardia de Cirilo (dicen otros) y es salvajemente asesinada, según se narra en los textos de la época. Asaltada cuando vuelve de camino a casa en su carruaje, es atada a él y arrastrada por las calles hasta llegar a lo que en aquel entonces es la Catedral de Alejandría, donde con -probablemente- tejas rotas y conchas de ostras es desnudada y descuartizada. Después de tamaña barbarie y para que nadie pueda rescatar esos restos, son quemados en el Cinareo.
Ese trágico final no dejó indiferente a nadie. Muchos cristianos vieron colmada su sed anti-pagana con la muerte de Hipatia, otros pensaron que fue un aviso de Cirilo a Orestes… pero, sin duda, lo que quedó reflejado en los libros para los que hemos llegado después es que su muerte fue una sinrazón por la defensa de la Razón. Un despertar de la conciencia para tantos y tantos hombres que con el paso del tiempo admitieron la evidencia. No cabe una Ciencia sin mujeres.
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