Cumbre Vieja: ciencia, periodismo y autoridades.

Se habían cumplido dos meses desde que la Tierra comenzase a regurgitar lava, ceniza, piroclastos y bombas volcánicas de tamaños dramáticamente más grandes de lo que el ciudadano medio podía pensar por el cráter de Cumbre Vieja. La observación de los datos sí dejaba lugar a dudas, porque la ciencia no puede predecir el futuro. O mejor dicho, tampoco puede predecir el futuro. Nadie puede. 

La convivencia durante una emergencia volcánica.

Los elementos externos, en los que el ser humano no tiene influencia, determinan lo que hacer o no hacer. En eventos como la erupción del Cumbre Vieja se va siempre a remolque de los acontecimientos. Pero gracias a la cada vez mayor fiabilidad de los modelos de previsión meteorológica, los tiempos de toma de decisiones aumentan cada vez más. Lo que puede parecernos “poco” es en realidad “mucho”.

Se trata de una especie de engranaje perverso que, por lo que pudo verse, funciona. Los científicos necesitan datos con los que alimentar sus modelos, y para eso tienen que pasar cosas medibles. Esto es, sismicidad, actividad eruptiva, avance de la colada, etcétera. De la interpretación de esos datos recabados salen las propuestas de actuación y las órdenes de ejecución según los protocolos establecidos. En una emergencia todo está protocolado. Las decisiones de los diferentes puestos de control se superponen en función de la variabilidad de los mismos; y quienes las toman saben que de ellos dependen bienes materiales en el mejor de los casos, o vidas en el peor escenario posible. Decidieron dedicarse a la gestión de emergencias para evitar que tengan lugar esos escenarios. 

La coordinación en la emergencia

El plan PEVOLCA lo componen toda una amalgama de comités, centros de coordinación y grupos operativos desde los que se gestiona todo lo imaginable en materia de emergencias como la del Cumbre Vieja. Pasado, presente y futuro. Por un lado la evaluación de daños de manera inmediata, por otro la de restauración de los servicios ante lo ya sucedido y por otro la prevención a corto-medio plazo. Ayudas sanitarias, de seguridad, logística, intervenciones sobre lo decidido a nivel municipal y a nivel regional, la comunicación de todo ello…  

Uno de los órganos de coordinación es el Puesto de Mando Avanzado de El Paso (en adelante, P.M.A.). Una señal fijada a una puerta corredera roja de barrotes avisa de estar entrando al recinto y, debajo de esa, otro panel advierte de que está prohibido el paso a toda persona ajena. El P.M.A. está ubicado en un complejo industrial de oficinas y todos los exteriores están plagados de improvisados aparcamientos para ambulancias de Cruz Roja y vehículos de la Unidad Militar de Emergencias (U.M.E.), bomberos, Guardia Civil, Policía Municipal, Protección Civil… Una vez rebasada la zona cubierta de parking en espiga en la que el resto del personal deja sus vehículos, se desciende una pronunciada cuesta. A la derecha de ella, una food-track de World Central Kitchen —la ONG del chef José Andrés— acoge una improvisada zona de descanso. Y es que todos los estamentos citados trabajan a turnos para cubrir las 24 horas del día. 

La gestión de logística y recursos humanos de cientos de personas engloba a coordinadores, psicólogos, técnicos de emergencias, científicos, voluntarios, militares, policías municipales, guardias civiles… Durante la erupción volcánica, no sólo se coordinaron montones de equipos, sino que se vieron obligados a tener en cuenta al resto de actores protagonistas de la realidad del Cumbre Vieja. Sacaron chispas a los walkie-talkies, las emisoras, los teléfonos o los controles de acceso. En aquel momento era necesario empatizar con los vecinos afectados, acompañar a los científicos hasta los puntos más cercanos sin que el riesgo supusiera un drama o preparar un convoy que permitiese a decenas de periodistas contar con imágenes lo que está pasando, lo que están haciendo.

Periodismo de emergencias 

Con emergencias como la erupción que se ha vivido en La Palma existen dos tipos de periodistas cubriendo la información. Están los de las conexiones en directo para los magazines diarios como Maitane, y los que van puntualmente a grabar o sacar fotos durante un evento concreto con algo más de profundidad para darle visibilidad. Por ejemplo, los dos meses del inicio de la actividad en el volcán Cumbre Vieja. Los primeros cuentan su tiempo desplazados en la isla en semanas, mientras que los otros lo hacen en días.

Uno de los motivos que les hace confluir a todos ellos es que se establezca un convoy para la prensa con plazas limitadas, como el que tuve la fortuna de presenciar el 17 de noviembre gracias a Ángela. Los siguientes párrafos en cursiva son el relato que escribí el día de aquella visita:

El e-mail que reciben lo deja bien claro: «la entrada a la zona de exclusión de La Laguna tendrá lugar por la tarde, tras una breve explicación previa en el parking del campo de fútbol de El Paso, a las 15:45h. Cada periodista debe llevar sus propias EPI’s».

Falta un rato para la hora, pero el parking se va quedando pequeño con el goteo de coches de alquiler y vehículos rotulados con los logos de radios y televisiones. Un par de guaguas Mercedes-Benz de color blanco roto, aspecto rudo y neumáticos de tractor esperan flanqueadas por sendos vehículos de Guardia Civil y Policía Municipal. Algún que otro rostro televisivo familiar y otros menos conocidos se van bajando de los coches con esos otros compañeros, los perfectos desconocidos: son los de detrás de las cámaras que habitualmente no vemos, pero que siempre están. Van descargando sus equipos de los maleteros: cámaras, trípodes, pértigas, micros, mochilas… 

Mientras eso ocurre, un muro color crema bien raseado y altura idónea hace las veces de mesa en la que los más rezagados rellenan con sus datos personales la declaración de responsabilidad que hay que entregar a Iago, el coordinador. Su explicación es muy conceptual, casi militar: informa del itinerario y lo que se hará en cada punto. Hace hincapié en que, por seguridad, se acaban de medir los valores de la calidad del aire momentos antes de acceder. Se grabarán tomas generales del penacho y las coladas desde una primera parada en la montaña de La Laguna: “estad tranquilos, porque el sitio es muy amplio y nadie entrará en el plano de nadie”. Después de un rato ahí, se bajará a la zona de la iglesia de La Laguna: “por favor, nada de acercarse a los edificios”. Esa es la otra instrucción importante, por eso la repite alzando la voz. En ese punto el director técnico del plan PEVOLCA, Miguel Ángel Morcuende, responderá a los medios. Por último, dice que la Guardia Civil utilizará sus silbatos para comunicar a todos que hay que montar en la guagua: “mirad, por favor, el número del vehículo en el que montáis y anotadlo en la hoja con los datos”.  

Son las 16:05h. Las guaguas siguen el camino que uno de los vehículos policiales les marca. Unos minutos de circulación por la carretera general y el convoy llega al punto de control. Se entra en la “Zona de Exclusión”. A partir de ese momento el panorama es desolador. Un callejeo verdaderamente complicado entre calles desiertas que recordaban los tiempos no tan lejanos de confinamiento, viviendas vacías y plantaciones de plátanos hasta llegar al desvío para subir a la montaña de La Laguna. En toda su ladera apenas hay rastro de vegetación. El terreno se va haciendo cada vez más irregular a medida que se asciende y, para más inri, el conductor interpreta mal la seña de la Guardia Civil y comienza a subir por un terreno realmente escarpado a una zona a la que no había que ir, algo que sonsaca algún que otro comentario entre jocoso y desconfiado de los que van dentro. Un poco de confusión y un par de gritos por parte de los responsables meten a todo el mundo a los vehículos para bajar al lugar correcto: «¡Que no es aquí! Vamos, venga». Ahora sí. Se desciende de los vehículos sin prisa porque, efectivamente, la explanada es enorme. Un podenco observa plácidamente como cada equipo se coloca en su sitio y los clics de los fotógrafos ametrallan la escena rastreando lo diferente en aquella tremenda desolación que parece toda igual frente a sus ojos. 

  • Frente a Cumbre Vieja
  • Observando Cumbre Vieja
  • Disparando al Cumbre Vieja

Desde ese punto se ve el penacho blanco y negro y las coladas que durante meses tuvieron en vilo a los palmeros. Casas, plantaciones, carreteras, negocios pequeños o la famosa sucursal bancaria que engulló la lava. La colada no hace distinciones en su camino hacia el océano, y la fuerza de la gravedad terrestre la ayuda irremediablemente. La misma fuerza que la lava hacía no mucho había tenido que vencer para salir de las entrañas de nuestro planeta. La vista panorámica permite ver en tiempo real ese avance. Va todo tan rápido que basta que alguien comente “mira, va despacio, pero se va a tragar ese invernadero” para que unos cuantos cambien su enfoque y dejen por un momento el cono del volcán para fijarse en esa lengua naranja y negra. 

Vista panorámica de los diferentes grupos.

Se oyen silbatos. Todos a la guagua.

No es un trayecto largo hasta la siguiente parada. La zona de la iglesia de La Laguna es dantesca, un escenario apocalíptico. El impacto de ver la altura de una de las coladas más antiguas de la erupción es todavía mayor cuando los miembros de INVOLCAN te dicen que hay coladas de unos 30m. de altura, por referencia, como un edificio de 10 pisos. El director del plan PEVOLCA aparece minutos después para responder a lo que le quieran preguntar. Las casas vacías, engullidas por el fuego hace unas semanas, el bar Central y sus bocadillos, el ya famoso Seat Panda junto a la colada, incluso unas gafas rotas en las escaleras que parecen esperar un final algo más digno… que no llegará, al menos de momento. Todas esas cosas son a la vez la prueba evidente de la velocidad con la que sucedieron los acontecimientos durante un desalojo que debió ser tan rápido como dramático y la de cómo se paró el tiempo. En arqueología se le llama “posición primaria”, el lugar en el que las cosas aparecen dispuestas en el terreno como quedaron durante el abandono del lugar en cuestión. Algunos se saltan la premisa inicial de no acercarse a los edificios y son recriminados por los efectivos de la Guardia Civil. No están para bromas. No quieren más problemas de los que ya tienen.

Son las 17:45h. Suenan los silbatos.

La visita a esa especie de parque temático del horror en lo que ha quedado convertido el emplazamiento finaliza con las personas sentadas en sus asientos, ya sin el buzo de periodistas, guardando en la retina las vistas de regreso al parking del que las guaguas habían salido un par de horas antes. Dos horas que añaden de primera mano una perspectiva del volcán diferente a la desgarradora espectacularidad de la naturaleza. El gris del asfalto y de los muros que cercan las plantaciones se mezcla con el tono más oscuro de la ceniza que incluso copa los árboles y el de la colada que se deja atrás, fría por fuera para poder ser roja por dentro. Todo se ve gris.

La ciencia. Tan presente como necesaria.

Casco, botas, gafas y mascarilla —en algún caso incluso antigás—. Y un chaleco con el nombre de su centro de investigación. La seguridad es lo primero. La cohorte de especialistas que vigilan la actividad del volcán es una red de disciplinas interconectadas: vulcanólogos, geógrafos, sismólogos, geólogos, oceanógrafos, meteorólogos… INVOLCAN, IGN (Instituto Geográfico Nacional), IGME (Instituto Geológico y Minero de España). Ellos son los que más se exponen por el bien de todos. Sus labores van desde la recogida de muestras, a las explicaciones a los medios de comunicación o la medición de los gases que determinan la respirabilidad de los lugares donde vaya a haber gente, ya sean vecinos a recoger enseres de sus casas o realojamientos como están haciendo ya hoy en día, palmeros haciendo vida normal, voluntarios a retirar ceniza o periodistas a grabar en zonas de exclusión. Sirva de ejemplo que, mientras los periodistas se arremolinaban alrededor de Morcuende en la iglesia de La Laguna aquel 17 de noviembre, un par de científicos recogían muestras en la colada de la iglesia de La Laguna.

Repartidos a lo largo y ancho de la isla, su labor es fundamental para avanzar en el conocimiento de lo que ocurre en La Palma. También para difundirlo. Las redes sociales son un escaparate más que añadir a los medios tradicionales a la hora de hacer llegar al gran público la situación casi al minuto. Las cuentas de algunos miembros del CSIC, INVOLCAN, IGN o IGME con explicaciones, datos y espectaculares vídeos grabados con drones se han erigido en material de primerísima mano sobre la evolución del Cumbre Vieja. Algo digno de mención, ciertamente, porque no siempre lo comparten sobre el terreno, sino en la soledad de la habitación que sigue a jornadas maratonianas de trabajo real.

La complicada balanza de la información del periodismo

Una de las labores más delicadas de la situación en La Palma es la de qué comunicar en los grandes medios, pero sobre todo el cómo hacerlo. Es tremendamente complicado encontrar el equilibrio entre pasarse de formalidad informando demasiado asépticamente y cruzar la delgada línea que existe entre el testimonio reivindicativo y el morbo sensacionalista. Por supuesto que los palmeros damnificados quieren que se le dé repercusión al tema para que se acelere la recepción de las ayudas, pero no a costa de rellenar minutos de televisión exclusivamente con dramas personales que no aportan nada más que la evidencia que todo el mundo sabe ya de sus vidas: son personas que, de la noche a la mañana, se han quedado sin pasado y sin futuro.

Viven el presente, incluso con el volcán callado, y muchos de ellos solo piden la dignidad que sus casas y sus trabajos les daban. Es el duro día a día realojados en casas de amigos y familiares, apartamentos turísticos, hoteles… con la vergüenza que a algunos les da pedir un café sin poder pagarlo. Solamente hace falta un poco de empatía para entender que lo que esas personas quieren de los medios de comunicación tiene mucho más que ver con que los políticos se apresuren en tramitar toda la burocracia que les permita retomar una normalidad que, ahora que ha empezado a realojarse a familias, no volverá a ser lo que era para muchas de las cerca de 8.000 personas evacuadas.

Durante una vuelta por la isla, desde el norte en Los Tilos al volcán de San Antonio en Fuencaliente en el sur, uno se da cuenta de que la realidad global de los isleños es la de estar pendiente de lo que se diga desde las autoridades sobre el dormitar del volcán, pero a la vez hacer vida normal si no eres uno de los afectados. El Mirador de Tajuya o el del Time han estado recibiendo cientos de personas al día para observar el espectáculo desde un lugar privilegiado. La actividad de Santa Cruz de La Palma o la hostelería a lo largo y ancho de la isla son dos buenos indicadores de que los palmeros tenían asumido que el volcán pararía en algún momento, y que hasta que eso ocurriera, se debía tener la mínima disfunción posible respecto al mundo pre-eruptivo. Además, vivirlo sin olvidar que a ese deseo hay que añadir el anhelo por la vida pre-pandemia. Parece demasiado salto en el tiempo como para que pueda hacerse, pero si algo me quedó claro después de pasar varias jornadas en La Palma es que lo conseguirán. Sin lugar a dudas.

Termino este texto con la respuesta que el director del plan PEVOLCA, Miguel Ángel Morcuende, dio a los medios en la visita de aquel 17 de noviembre a la pregunta sobre si «¿hay alguna variable que indique el fin?»: las cosas son como son y el volcán nos sorprende día a día.

Afortunadamente, la sorpresa del cese de actividad del pasado 14 de diciembre terminó siendo definitiva, como un regalo de Navidad. En otras entradas os contaré los avatares del viaje, que fueron muchos y muy diversos. Cómo se torcía todo: la salida de Barajas, la llegada a Tenerife, luego a La Palma… una aventura que jamás olvidaré, porque para eso fui, para que fuera inolvidable.

N. del A.:

  • La única razón por la que este texto no sería publicado en el medio para el que fue concebido era que el volcán Cumbre Vieja de La Palma cesara su actividad. Por suerte, así ocurrió en diciembre de 2021, y es por ello que en parte me alegro de habéroslo traído al blog.
  • También quiero mostrar mi sincero agradecimiento a Gorka —mi colega, geólogo y fotógrafo, por ese orden—, a Carlo Brusini (@Carlobrusini) —Especialista en Protección Civil y Emergencias—, al gran Roberto Brasero (@tiempobrasero) y a las fenomenales periodistas de RTVE Ángela Alcóver (@AngelaAlcover) y Maitane Bermejo (@MaitaneTve), porque sin su ayuda no lo hubiera podido escribir.

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