Un selfie del Renacimiento.

Exposición del autorretrato durante la celebración del 150 aniversario de la unificación de Italia. (Foto: BBC)
Año 1984. En un pequeño colegio de la geografía ibérica, había un chaval al que los Reyes Magos siempre le traían juguetes de marcado carácter científico porque veían que el chiquillo los disfrutaba, desde un microscopio, hasta el “Mineranova”, pasando por el calvario de la literatura infantil “obligatoria” o pinturas de todo tipo para consumirlas dibujando incontables veces la silueta del dibujo animado de D´Artacán, Foofur, Rantamplán, Ideafix, Milú… vamos, los de más rabiosa (je je) actualidad, si bien es cierto que D´Artacán fue por lo menos un 70% más dibujado que el resto. Obviamente, tampoco faltó nunca el balón de reglamento… pero, de pronto, en el colegio se empieza a estudiar Historia. El muchacho comienza a ver un mundo infinito. Exponencial. Eterno. A medida que los contenidos lectivos le empezaban a aburrir, las clases le servían para imaginar un viaje en el que volaba hasta todos esos sitios sobre los que le hacían aprender cosas. Y su curiosidad por los cómos y los porqués. Comenzó a admirar a aquella Humanidad anónima, o célebre por méritos propios, por hacer llegar todo lo que sabían a nosotros, la gente del futuro. Así, y sin quererlo, se empieza a dar cuenta de que pasan los cursos de la EGB y el BUP, pero los cuadros, esculturas y artistas que hay que aprenderse son siempre los mismos. Su curiosidad traspasa ya el recurrente papel y se ve en la necesidad de hacer tangibles todas esas “cosas”. NECESITABA ponerse cara a cara con todas ellas: El Escriba y las Pirámides de Egipto, La Gioconda y la Última Cena de Leonardo, el David y el Moisés de Miguel Ángel, la piedra Rosetta, el Coliseo y el Foro de Roma, el Partenón y las Cariátides de Atenas, el Oráculo de Delfos, Olimpia… la lista que hace es interminable, sin embargo, piensa que el haberse dado cuenta pronto puede ser la clave para poder tacharlos de la columna “Pendientes”. 
Interior del Coliseo de Roma
«Moisés» de Miguel Ángel



De entre todos ellos, uno destacaba por encima de todos: el autorretrato de Leonardo da Vinci cuando ya era un anciano. Para él, esa obra desprendía una cercanía mayor que cualquier otra. Quizá por lo entrañable de los ancianos. Quizá por la desesperación de “me queda poco, voy a autorretratarme”. O, conociéndole, quizá “… y así culmino mi paseo por esta vida”. Nunca lo sabremos, pero el caso es que lo hizo. Lo que sí sabemos es que, como si estuviera predestinado por su autor, se está sfumando para volar del pequeño lugar sobre el que fue concebido. Tal y como voló Leonardo.

Biblioteca Real de Turín

Año 2014. Entré a revisar qué había de nuevo en mi timeline de Twitter (@HdAnchiano) y me llamó la atención un tweet de nosequién, nosecuándo. Ese tweet hizo que me enterase de que se iba a exponer al público. No dudé que ni un segundo en pensar que era ahora o nunca. Hay veces en las que las cosas se hacen por necesidad. Otras por obstinación. Otras incluso por vergüenza torera. Se puede tratar de pura supervivencia, o de mera superficialidad. Yo siempre digo que la trascendencia que un objeto o lugar tiene en cada persona depende solamente del prisma con el que lo ve el interesado. Es el clásico “cada uno se gasta su dinero en lo que quiere”. Ante opiniones de todo tipo, a finales de año me embarqué hacia Turín (Italia) a contemplar algo único y mortal de necesidad, no para mí (que también) sino para “él” en sí mismo. La genialidad del autorretrato de Leonardo Da Vinci se está desvaneciendo de la lámina sobre la que el maestro florentino la plasmó con tiza roja. A pesar de la caducidad, o precisamente por ella, la Administración Regional para el Patrimonio Cultural de Piamonte había tomado la decisión de exponerla al gran público para que grupos hiper-reducidos de no más de 25 personas pudieran acceder a la Sala Leonardo de la Biblioteca Real de Turín. La estancia está acondicionada milimétricamente: la luz es exclusivamente de fibra óptica y no puede entrar nada de luz natural, la temperatura se mantiene constante a 20ºC, la humedad al 55% para alargar su vida al máximo, y las vitrinas están hechas de un vidrio “antitodo”; por no hablar de alarmas, cámaras y vigilantes. La visita guiada -sólo una al día, a las 15h (5€ extra por persona muy bien pagados)- dura 20 minutos escrupulosamente diapasonados iPad-cronómetro en mano por Gianna, la guía; el dibujo comparte “velatorio” con otras láminas, entre las que hay obras del propio Da Vinci y obras de autores contemporáneos a él. Su maestro el Verrocchio y el Perugino por citar a un par de ellos. Para hacerse una idea de la relevancia de la exposición, los primeros cientos de entradas se vendieron ipso-facto en los Estados Unidos.

Nada más entrar en la sala, se le ve presidir la estancia al fondo, imperial, aunque sea pequeño. Ya tienes ganas de llegar a él, pero hay que ir poco a poco. El primer trabajo que encontramos es el archiconocido estudio anatómico del caballo, a propósito de la estatua ecuestre en bronce que prometió a Ludovico Sforza y que nunca pudo hacer al usarse el material destinado a ella para fabricar munición en plena beligerancia norte-italiana (esto me lo contó Christian Gálvez en su libro “Matar a Leonardo da Vinci”). Tras unas cuantas descripciones, llegas a ese momento inolvidable para todos los compañeros de visita. El cara a cara con el genio de Vinci. Yo, personalmente, confieso que no me enteré de las dos o tres siguientes descripciones porque mientras todos avanzaban con Gianna, me quedé inmortalizando durante varios minutos mentalmente el momento. Observando los detalles: los ojos, la barba, los trazos…. TODO.
Después de la visita, me di un último paseo hasta el hotel a recoger la maleta, y cogí el tren de vuelta a Milán. La poca antelación con la que tuve que gestionar todo hizo que no pudiera encontrar un hueco para acercarme a ver la Última Cena a Sta. María Delle Grazie (Milán)… así que ya tengo excusa para volver. 🙂 Ciertamente, no sé a qué se referirán cuando utilizan la expresión “sentirse realizado”, pero yo puedo decir que después de este viaje, he acabado con algo que me apetecía hacer desde hace muchos años. Por fin, he podido estar cara a cara con Leonardo. Un encuentro con la voz de fondo de Gianna resonando en la bóveda de la sala, una guía fenomenal, que por un momento pensé que no me iba a dejar ver la exposición porque en España no tenemos “DA code”. Finalmente, lo que el castellano y el italiano no arreglaban, lo solucionó el inglés.
Por lo demás, y si habéis llegado hasta aquí, os recomiendo que no dejéis de visitar Turín. Me sorprendió MUCHO y bien. Vuelos asequibles desde Madrid, Barcelona o Bilbao a Milán, y una hora de Frecciarossa a 300 km/h. Yo descubrí durante 3 horas su Museo Egipcio (el más grande del mundo fuera de Egipto), la Mole y la arquitectura del casco histórico de la ciudad. Simplemente recomendable. Además de eso, muchas otras cosas que por falta de tiempo tuve que dejar en el tintero, pero que como ya he dicho, son una buena excusa para volver.

Interior de una de las galerías del Museo Egipcio de Turín.

Como no podía ser de otra manera, y como hecho anecdótico, el viaje tenía que acabar con algo extraordinario: siglos después de que el genio florentino surcara los cielos en Fiésole, uno de los pasajeros del vuelo Milán-Munich ha retrasado media hora la salida por su miedo a volar… ¡¡Si Leonardo levantara la cabeza!! 🙂 Al final se bajó del avión.

La imposibilidad de hacer fotos y el “Stendhalazo” del momento hicieron que no me acuerde del 100% de las obras que había en aquella sala. Si alguno de vosotros estuvo, os pido por favor que me digáis cuál falta en mi lista:
Estudio del Caballo LV
Pruebas sobre color azul ¿LV?
Estudio de los Ojos LV
El anciano LV
El León LV
Anatomia humana LV
Retrato de mujer LV
Autorretrato LV
Manuscrito LV
Carruaje con guadañas LV
Estudio de insectos LV
Bambino ¿?
Ángel ¿?
¿? Perugino
¿? Verrocchio
Dama ¿?
Perfil masculino LV

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